Estudio y sabiduría popular en
En-claves del pensamiento
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias SocialesEl presente trabajo explora la noción de
La escuela es una 'verdadera cárcel',

			

				

				Michel de Montaigne,
Sirvan estas expresiones para marcar el sendero que Montaigne traza en
Si bien se han incorporado las ideas de Montaigne para la pedagogía,

			

				

				Maurice Debesse y Gaston Mialaret,
En
Aunque la obra de Montaigne -compuesta sólo por este libro y por el
El presente texto considera
Hay que señalar que en
En adelante, este escrito procura guardar el tono de Montaigne al parafrasear con apego sus ideas e intercalar numerosas citas textuales. Entiéndase esta licencia como un recurso estilístico que busca no etiquetar al autor o a sus ideas, pues eso ya se ha hecho en demasía (conservador radical,

			

				

				Ann Hartle sostiene que el conservadurismo de
Se empleó la edición y traducción de Jordi Bayod Brau. Todas las referencias a
Si bien la educación puede fortalecer las disposiciones naturales del ser humano, apenas las modifican y superan. Las cualidades originales de las personas no se extirpan, se esconden, pues la naturaleza lo puede y hace todo; si ésta no ayuda, es difícil que el arte y la habilidad dada por la educación lleguen muy lejos.

			

				

				Montaigne,
El esfuerzo y el gasto de nuestros padres en llevarnos a la escuela no busca otra cosa que amueblarnos la cabeza de ciencia sin ocuparnos del juicio y la virtud, se llena entonces la memoria y se olvida la conciencia.

			

				

				
Los escolares usan la ciencia para la sola ostentación y el entretenimiento, que, para colmo de males, resulta útil, pues hoy se ve que mejora bastante la bolsa, pero no las almas. Desde que hay doctos, faltan buenos; la persona ha de esforzarse en no dejarse corromper por la educación, que enseña para la escuela no para la vida.

			

				

				
Aunque somos más ricos de lo que pensamos, nos educan para el préstamo y la mendicidad acostumbrándonos a servirnos de lo ajeno más que de lo nuestro. 'Guardamos las opiniones y la ciencia de otros, pero es preciso que las hagamos nuestras. […] ¿De qué sirve tener la barriga llena de alimento si no lo digerimos?',

			

				

				
La crítica a la educación escolar resulta en denuncia sólo comparable a la acusación que Montaigne hace, sin tapujos, a los europeos en la conquista de América. El elemento común es su condena a la crueldad. 'Si llegas a un colegio en el momento de la tarea, no oyes más que gritos de niños torturados y de maestros ebrios de cólera'.

			

				

				
Habrá que pintar las escuelas de gozo y alegría; 'ojalá allí donde está su provecho estuviera también su diversión. Los alimentos que son saludables para el niño deben azucararse y amargarse los que le son nocivos'.

			

				

				
La particular noción de estudio de Michel de Montaigne encuentra su fundamento en la naturaleza humana que, para nuestro autor, es infinitamente diversa y variada,

			

				

				
Si se examinan las acciones humanas resulta difícil hacerlas encajar unas con otras, pues se contradicen de tal manera 'que parece imposible que hayan salido del mismo taller'.

			

				

				
Así la naturaleza humana, así la naturaleza en general: 'La semejanza no iguala tanto como la diferencia distingue'.

			

				

				
El sí mismo cambia tanto más: 'yo ahora y yo hace un momento somos dos'.

			

				

				
Nada es raro con respecto a la naturaleza, aunque sí lo sea para nuestro conocimiento, que si viera todo lo que no ve, percibiría una perpetua multiplicación de formas; Las cosas tienen muchas caras y nuestra alma, que muda con gran rapidez, las mira con ojos siempre diferentes.

			

				

				
El conocimiento resulta entonces instrumento principal de la vanidad y la miseria humana. Sólo la flaqueza hace que nos demos por satisfechos en la búsqueda de conocimiento, pero 'sus persecuciones carecen de término y forma; su alimento es la admiración, la caza, la ambigüedad'.

			

				

				
El hombre es un animal miserable: si logra disfrutar al fin un placer íntegro, su razón lo recorta.

			

				

				
Al ser la vanidad nuestro más aprobado desvarío, el hombre no mira como vicio el afán de reputación y gloria.

			

				

				
'La costumbre es una segunda naturaleza', pero no por eso menos poderosa. Fuerza las reglas de la naturaleza de forma suave, lenta y humilde hasta que establece una autoridad tiránica que impide que levantemos los ojos ante ella. 'Maestra violenta y traidora' la costumbre; lo puede todo y forma nuestra vida a su antojo. Y cuando logramos razonar sobre ella, sus mandatos se advierten en otros, no en uno mismo. No soportamos luego una forma diferente a la propia y adoptamos una acritud tiránica.

			

				

				
Cada cual llama barbarie a lo que no está acostumbrado cuando no se tiene otro ejemplo que el del país de uno. Aunque la ley de leyes es que 'cada uno observe las del lugar donde está', es una 'peligrosa e insoportable burrada' pensar que el mundo transcurre como sucede en casa. Si esto es excusable, no lo es el dejarse cegar por la autoridad del uso actual según la moda y cambiar de opinión a cada mes.

			

				

				
Sin embargo, al comparar costumbres se verá que las cosas humanas están en continua variación, que las costumbres vuelven imposible aquello que en verdad no lo es y que se clarifica y afianza nuestro juicio evitando que nos burlemos de nosotros mismos a propósito de nuestro vecino.

			

				

				
Se llama contrario a la naturaleza lo que sólo es contrario a la costumbre. Y la razón le ayuda, pues a ésta le aturde la novedad y la consigna como error.

			

				

				
Puesto que la vida, como la armonía del mundo, está compuesta de elementos contradictorios, se debe aprender a sobrellevar lo que no puede evitarse.

			

				

				
La mayor parte de las cosas se hacen por sí mismas, tanto así que los resultados de nuestras acciones hablan poco de nuestra capacidad, pues no podemos y no sabemos de la acción y sus efectos.

			

				

				
En cada deliberación y decisión interviene de tal modo la suerte y buena ventura, que 'todo cuanto puede nuestra sabiduría es poca cosa'.

			

				

				
Montaigne confiesa que aborrece los vicios por mera fortuna, no gracias a la razón. Sus virtudes son accidentales y fortuitas y se lo debe a disposiciones naturales, que le vienen de su padre y de su nodriza. Otra suerte hubiera tenido y 'mi caso hubiera sido deplorable'.

			

				

				
La fortuna es en gran parte autora de
La fortuna presenta toda clase de semblante; en ocasiones se ríe de nosotros en el momento preciso, a veces resulta medicina, en otras situaciones supera nuestro arte o incluso dirige nuestras decisiones y las corrige. Así, se vuelve impropio querer la muerte abruptamente, por puro ardor, pues ante todas las desgracias, uno puede esperar cualquier cosa gracias a la fortuna.

			

				

				
Para enseñar a vivir hay que enseñar a morir. Filosofar nos expone a la muerte al alejarnos de nosotros mismos a través del pensamiento y mostrarnos que no se le debe temer a la muerte.

			

				

				
Esta premeditación de la muerte es libertad, pues en perderle el miedo radica la verdadera y suprema libertad: 'Quien ha aprendido a morir ha desaprendido a servir'.

			

				

				
El estudio mismo ha de ponerse a prueba con la muerte. 'Remito a la muerte la prueba del fruto de mis estudios. Veremos entonces si mis discursos surgen de mi boca o de mi corazón' puesto que en todos los otros momentos de la vida puede haber fingimiento, pero en este último acto de nuestra comedia cae la máscara y descubrimos quién realmente somos. Así también ha de juzgarse la vida: por su final.

			

				

				
Pero si la muerte es el final de la vida, no es su finalidad, la vida debe ser nuestro propósito:

			

				

				
De forma integradora, la sabiduría común supone las lecciones que se recogen de la muerte, la fortuna, la costumbre y la naturaleza humana. Pero esto no es una conclusión a la que Michel de Montaigne llegue argumentativamente, sino -ya se intuye- afortunadamente, mero azar y destino.

			Por mandato de su padre, Montaigne fue criado lejos de la comodidad de su castillo, con una familia pobre en sus propias tierras, para formarse en la fortuna de las leyes populares y naturales, en sobriedad y frugalidad.

			

				

				
'La forma de vivir más habitual y común es la más bella'.

			

				

				
Por todo ello, Montaigne relata numerosas experiencias provenientes de gente rústica, muchedumbre sin educación, que igual que la naturaleza, nos ofrecen las mejores enseñanzas.

			

				

				
Sirva el siguiente argumento de ejemplo sobre el lugar fundamental que ocupa aquí la sabiduría común y para ilustrar la sencillez con la que se aprecian complejas y perennes cuestiones como la de distinguir entre lo útil y lo bueno: 'Me atengo al lenguaje común, que distingue entre las cosas útiles y las honestas; hasta el extremo de que algunas acciones naturales, no sólo útiles sino necesarias, las llama deshonestas y sucias'.

			

				

				
Afirma haber visto a cien artesanos y labradores más sabios y felices que los rectores de la universidad y asegura encontrar más acciones excelentes entre ignorantes que entre doctos, pues si en la escuela se estudian virtudes como la firmeza, la resistencia y la serenidad, en la gente pobre se encuentran como ejemplos.

			

				

				
Sólo advertimos las gracias que son agudas, huecas e hinchadas de artificio. Las que se deslizan bajo la naturalidad y la simplicidad tienden a escapar a una mirada grosera como la nuestra. Su belleza es delicada y oculta; se requiere una mirada limpia y muy purgada para descubrir esa luz secreta. ¿Acaso la naturalidad no es, a nuestro entender, hermana de la simpleza y característica digna de reproche? Sócrates mueve su alma con un movimiento natural y común. Así habla un campesino, así habla una mujer. Nunca tiene en la boca otra cosa que cocheros, carpinteros, zapateros y albañiles. Se trata de inducciones y similitudes extraídas de las más vulgares y conocidas acciones humanas; todo el mundo le entiende. Bajo una forma tan vil, nosotros nunca habríamos distinguido la nobleza y el esplendor de sus admirables concepciones, nosotros que consideramos chatas y bajas todas aquellas que la ciencia no realza, que sólo nos percatamos de la riqueza cuando se hace gala y ostentación de ella. Nuestro mundo sólo está habituado a la pompa. Los hombres no se llenan sino de viento, y rebotan como las pelotas.

			

				

				
La naturaleza, la costumbre, la fortuna, la muerte y la sabiduría popular son referencias fundamentales para comprender
1) Retiro y soledad. 'Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, del todo libre donde fijar nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad...'. Tal como los animales que borran su rastro al entrar a su guarida, hay que retirarse para hablar consigo mismo, pero asegurándose al mismo tiempo de dejar fuera la aprobación ajena que de todos los placeres ningún otro es más peligroso.

			

				

				
Con el mismo objetivo, hay que distanciarse de la filosofía. Hay que escribir sin compañía de libros para no interrumpir la forma de nuestra propia escritura.

			

				

				
2) Filosofar sin filósofos. 'Mi manera de comportarme es natural; para forjarla no he apelado al auxilio de disciplina alguna… ¡Nueva figura: un filósofo impremeditado y fortuito!';

			

				

				
Lo suyo no es filosofar sino tontear y fantasear que es dudar en mayor medida.

			

				

				
La modestia en Montaigne no es mera virtud, sino un esfuerzo metodológico de cultivar la ignorancia. Distingue entre dos tipos de ignorancias, una rudimentaria propia de espíritus simples que creen en las leyes y se mantienen bajo ellas. La otra, es la ignorancia docta, engendro de la ciencia. La segunda destruye a la primera, sin dejar de ser una buena creyente. En medio de las dos ignorancias, '-el culo entre las dos sillas entre los cuales estoy yo y tantos otros- son los peligrosos, ineptos importunos. Son estos los que turban el mundo'. En la medida de mis fuerzas regreso a la primera y natural posición, 'de donde en vano he intentado salir'.

			

				

				
Su entendimiento avanza, pero también retrocede, incluso al estar a punto de acabar consigo mismo, más que de rehacer otro.

			

				

				
3) La contradicción como recurso del pensamiento. No es la contradicción un defecto del pensamiento. Los juicios contradictorios despiertan y ejercitan, a Montaigne no le ofenden, alteran o asombran por más opuestos que sean a su propia opinión, que ella misma se desliza fácilmente a la forma contraria.

			

				

				
No existe razón que no tenga otra contraria,

			

				

				Montaigne,
4) La palabra, no la ley. A falta de leyes seguras confía en la palabra dada del lenguaje llano, abierto y libre. El fundamento de nuestra conducta debe ser acaso la palabra: la mitad de ella pertenece a quien habla, la otra mitad a quien escucha.

			

				

				
5) Lo posible, lo extraordinario. De la palabra dada y de la naturaleza humana, se desprende una estrategia para el estudio: buscar lo posible. Montaigne lo explica así: por la variedad y el número de acontecimientos sobre nuestra conducta suelen darse testimonios fabulosos y son útiles tanto como los verdaderos por ser posibles; han de preferirse los más singulares, puesto que si otros autores registran lo que acontece su objetivo sería hablar de lo que puede ser, 'si supiera alcanzarlo'.

			

				

				
La huida, que tiene un tanto de contradicción y otro de extraordinario, le sirve a Montaigne mejor para el estudio que el seguimiento (o imitación). El horror ante la crueldad le puede empujar más a la clemencia que cualquier ejemplo mismo de clemencia. 'Estos tiempos son apropiados para corregirnos haciéndonos retroceder por disconformidad más que por conformidad, por diferencia más que por acuerdo'.

			

				

				
6) El estudio es una empresa ardua.
Pero esta empresa es ardua, pues nuestra naturaleza humana a nada nos encamina más que a la sociedad

			

				

				
Por todo lo anterior, 'prepárate para acogerte; sería una locura confiarte a ti mismo si no te sabes gobernar'.

			

				

				
Bloom, Harold, . Barcelona: Anagrama, 1995.
Bloom, Harold, . Madrid: Páginas de Espuma, 2010.
Burke, Peter. . Madrid: Alianza Editorial, 1985.
Crespo, Miguel Ángel, “Dos lecturas del escepticismo pirrónico: Montaigne y Nietzsche”, , núm. 36 (2005): 65-70. Disponible en <>.
Debesse, Maurice, y Gaston Mialaret, . Barcelona: Oikos-tau, 1973.
Hartle, Ann, “Montagine’s Radical Conservatism”, , vol. 55, núm. 4 (otoño, 2013): 19-29.
Lazo, Pablo. “De Montaigne a Pascal: orientaciones para la escritura del ensayo filosófico”, , núm. 60 (2008): 20-25. Disponible en <>.
Marini, Guillermo, “Michel Montaigne como formador de profesores: la necesidad de ensayar la propia posición pedagógica”, , núm. 38 (diciembre, 2015): 117-132. DOI <>.
Montaigne, Michel de, . Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2014.
Montaigne, Michel de, . Barcelona: Acantilado, 2007.
Montaigne, Michel de, . Madrid: Gredos, 2005.
Navarro, Jesús, . México: Fondo de Cultura Económica, 2007.
Penalva, José, “La teoría de la enseñanza en M. Montaigne”, , núm. 25 (noviembre 2013): 361-378. Disponible en <>.
Rojas, Carlos, . . Medellín: Universidad de Antioquia, 2010.
Tizziani, Manuel, “En el camino de la contingencia. Montaigne y el fundamento místico de la ley”, , vol. 27 (junio, 2014): 62-84. Disponible en <>.
Tizziani, Manuel, “Nada que temer de ese pensamiento”. , vol. 63, núm. 156 (2014): 207-221. Disponible en <>.
Zweig, Stefan, . Barcelona: Acantilado , 1942.
Michel de Montaigne,
Maurice Debesse y Gaston Mialaret,
José Penalva, 'La teoría de la enseñanza en M. Montaigne',
Montaigne,
Stefan Zweig,
En una primera lectura se crearon más de cuarenta categorías que organizaron las fichas de las citas textuales. Luego se depuraron a quince para entonces componer el este texto con sólo cinco categorías.

			Ann Hartle sostiene que el conservadurismo de
Harold Bloom, polemizando con 'las feministas', dice que en
Peter Burke reclama que no es posible entender a Montaigne sin la tradición humanista, aunque matiza que fue un humanista muy especial que, por ejemplo, no daba demasiado crédito a la enseñanza clásica, desconfiaba de la razón y admiraba a Sócrates; en Peter Burke,
Montaigne,
Sobre el desdén de Montaigne a las autoridades canónicas, véase Harold Bloom,
Montaigne,
Montaigne,
Montaigne,
Montaigne,
Montaigne,